Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Lectio Divina - Preparando la Eucaristía Dominical
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I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR:

Oración Inicial:

Iniciemos esta lectura orante con el Señor,  rezando el salmo 92

Antífona

R/. El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

El Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder: así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.

Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor;

pero más que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor.

Tus mandatos son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término.

Invocación al Espíritu Santo

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos;

derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican,

renueva y protege la obra de tus manos

en favor de los que te alaban como creador y como guía. Amén.

II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:

LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra?

El evangelio nos ofrece el relato de la tempestad calmada. Dispongamos el corazón para escuchar la Palabra de Dios.

Texto bíblico: Mt 14, 22-33

MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra?

¿En los momentos de oscuridad y tormenta interior, cómo reaccionamos? ¿Ponemos, sin dudas, nuestra confianza en el Señor? ¿Es nuestra oración personal un diálogo con Dios?

ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra?

Es el momento para dialogar con el Señor, sobre todo lo que sentimos, a partir de este evangelio.

CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón.

Recreemos el evangelio en nuestros corazones, subamos a la barca con los discípulos, sintamos la tempestad en la barca, miremos cómo se acerca Jesús, experimentemos la tranquilidad que da Jesús.

III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA

LECTURA

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, sobre la divina providencia.

CON LAZOS DE AMOR.

Mi Señor dulcísimo, vuelve benignamente tus ojos misericordiosos a este pueblo y al cuerpo místico que es tu Iglesia; porque mayor gloria se seguirá para tu santo nombre al perdonar tan gran muchedumbre de tus creaturas que si tan sólo me perdonas a mí, miserable pecadora, que tan gravemente he ofendido a tu majestad. ¿Qué consuelo podría hallar yo en poseer la vida, viendo que tu pueblo está privado de ella, y viendo cómo las tinieblas del pecado cubren a tu amada Esposa, por mis pecados y los de las demás creaturas tuyas?

Deseo, pues, y te pido como una gracia especial este perdón, por aquel amor incomparable que te movió a crear al hombre a tu imagen y semejanza. ¿Cuál, me pregunto, fue la causa de que colocaras al hombre en tan alta dignidad? Ciertamente, sólo el amor incomparable con el cual miraste en ti mismo a tu creatura y te enamoraste de ella. Mas veo con claridad que por culpa de su pecado perdió merecidamente la dignidad en que lo habías colocado.

Pero tú, movido por aquel mismo amor, queriendo reconciliarte gratuitamente al género humano, nos diste la Palabra que es tu Hijo unigénito, el cual fue verdaderamente reconciliador y mediador entre tú y nosotros. Él fue nuestra justicia, ya que cargó sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades y sufrió el castigo que por ellas merecíamos, por obediencia al mandato que tú, Padre eterno, le impusiste, cuando decretaste que había de asumir nuestra humanidad. ¡Oh incomparable abismo de caridad! ¿Qué corazón habrá tan duro que no se parta al considerar cómo la sublimidad divina ha descendido tan abajo, hasta nuestra propia humanidad?

Nosotros somos tu imagen y tú imagen nuestra, por la unión verificada en el hombre, velando la divinidad eterna con esta nube que es la masa infecta de la carne de Adán. ¿Cuál es la causa de todo esto? Solamente tu amor inefable. Por éste tu amor incomparable imploro, pues, a tu majestad, con todas las fuerzas de mi alma, para que otorgues benignamente tu misericordia a tus miserables creaturas.

Padre nuestro

Oración

Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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