Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Lectio Divina - Preparando la Eucaristía Dominical
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I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR:

Oración Inicial:

Iniciemos esta lectura orante con el Señor, rezando el Salmo 92

Antífona

R/. El Señor es admirable en el cielo. Aleluya.

El Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder: así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.

Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor;

pero más que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor.

Tus mandatos son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término.

Invocación al Espíritu Santo

Rey celestial, Consolador,

Espíritu de la verdad,

que estás presente en todas partes y lo llenas todo,

Tesoro de todo bien y Fuente de la vida,

ven y haz de nosotros tu morada,

purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas,

Tú que eres bueno.

Amén.

II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:

LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? En el relato de Mateo, Jesús nos entrega las bienaventuranzas; a través de ellas, nos señala el camino de la perfección para alcanzar la santidad. Nos llama a seguirlo en este camino y, a pesar de las dificultades que enfrentaremos, a alegrarnos pues nos espera la recompensa en el cielo.

Texto bíblico: Mt 4, 25-----5, 12

MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? El camino hacia la felicidad que nos muestra el Señor es distinto a lo        que el mundo considera felicidad. Implica poner nuestro ser en las manos del Padre, aceptando su voluntad junto con servirla, acompañando a quienes nos necesitan, especialmente a los pobres y los afligidos. ¿Tenemos presente este llamado del Señor? ¿Buscamos tener alma de pobres? ¿Actuamos teniendo la justicia como guía?

ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Frente a Jesús, nuestro Salvador, pidamos que nuestra disposición a acoger su interpelación no decaiga, que al conocerlo cada día más cambie nuestros corazones, para contribuir a la felicidad de quienes nos rodean y alcanzar la eterna felicidad junto a Él.

CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón. Acerquémonos a Jesús en la montaña e intentemos escuchar su enseñanza, con su voz, sus gestos, su fuerza. ¿Cuál es nuestra reacción, ante cada bienaventuranza, en medio de la multitud que lo escucha? ¿Cuál de ellas nos toca más profundamente?

III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo

NATURALEZA DE LA PAZ.

La paz no consiste en una mera ausencia de guerra ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias ni nace del dominio despótico, sino que, con razón, se define como obra de la justicia. Ella es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establecer en la sociedad humana y que debe irse perfeccionando sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos hombres que aspiran a implantar en el mundo una justicia cada vez más plena. En efecto, aunque fundamentalmente el bien común del género humano depende de la ley eterna, en sus exigencias concretas está, con todo, sometido a las continuas transformaciones ocasionadas por la evolución de los tiempos; la paz no es nunca algo adquirido de una vez para siempre, sino que es preciso irla construyendo y edificando cada día. Como además la voluntad humana es frágil y está herida por el pecado, el mantenimiento de la paz requiere que cada uno se esfuerce constantemente por dominar sus pasiones, y exige de la autoridad legítima una constante vigilancia.

Y todo esto es aún insuficiente. La paz de la que hablamos no puede obtenerse en este mundo si no se garantiza el bien de cada una de las personas y si los hombres no saben comunicarse entre sí espontáneamente y con confianza las riquezas de su espíritu y de su talento. La firme voluntad de respetar la dignidad de los otros hombres y pueblos y el solícito ejercicio de la fraternidad son algo absolutamente imprescindible para construir la verdadera paz. Por ello puede decirse que la paz es también fruto del amor, que supera los límites de lo que exige la simple justicia. La paz terrestre nace del amor al prójimo, y es como la imagen y el efecto de aquella paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el mismo Hijo encarnado, príncipe de la paz, ha reconciliado por su cruz a todos los hombres con Dios, reconstruyendo la unidad de todos el, un solo pueblo y en un solo cuerpo. Así ha dado muerte en su propia carne alodio y, después del triunfo de su resurrección, ha derramado su Espíritu de amor en el corazón de los hombres.

Por esta razón todos los cristianos quedan vivamente invitados a que, realizando /a verdad en el amor, se unan a aquellos hombres que, como auténticos constructores de la paz, se esfuerzan por instaurarla y rehacerla. Movidos por este mismo espíritu, no podemos menos de alabar a quienes renunciando a toda intervención violenta en la defensa de sus derechos, recurren a aquellos medios de defensa que están incluso al alcance de los más débiles, con tal de que esto pueda hacerse sin lesionar los derechos y los deberes de otras personas o de la misma comunidad.

Padre nuestro

Oración

Señor de poder y de misericordia, cuyo favor hace digno y agradable el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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