Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Lectio Divina - Preparando la Eucaristía Dominical
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I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR: 

Oración Inicial:

Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 149.

Antífona

R/. Que el pueblo de Dios se alegre por su Rey. Aleluya.

Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a Dios en la boca y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, sujetando a los reyes con argollas, a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada es un honor para todos sus fieles.

Invocación al Espíritu Santo

Cristo, nuestro Señor,

reinas desde la cruz, derramando tu

sangre por nosotros,

reinas en la verdad y la justicia,

reinas en amor total hasta dar la vida

por los demás,

reinas en la reinas en el amor incondicional,

reinas en el perdón y la misericordia,

reinas en los que son perseguidos por

causa del bien.

Amén.

II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:

LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? Respondiendo a Pilato, Jesús manifiesta su realeza, la que no es de este mundo. Él nació para ser rey y vino al mundo para dar testimonio de la verdad.

Texto bíblico: Jn 18, 33b-37

MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿Es Jesús nuestro rey? ¿Lo anunciamos como tal? ¿Le permitimos que reine en todas nuestras acciones? Buscamos,

como Él, dar testimonio de la verdad?

ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Pidamos a Dios que reine en nosotros, que nos ayude a alejarnos del pecado y su significado de muerte.

CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón. 

Adoremos y alabemos al Rey del universo, a Dios que habita en nosotros y que nos entrega su Palabra, para que actuemos de acuerdo a ella en nuestras vidas.

III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA

Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, Sobre la oración 

VENGA TU REINO

Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no ha de venir espectacularmente, ni dirán: «Vedlo aquí o vedlo allí., sino que el reino de Dios está dentro de nosotros, pues cerca está la palabra, en nuestra boca y en nuestro corazón, sin duda cuando pedimos que venga el reino de Dios lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella junto con el Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a fijar en él nuestra morada. 

Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue el reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en todo. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga tu reino. 

Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la justificación con la impiedad, ni hay nada de común entre la luz y las tinieblas, ni puede haber armonía entre Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado. 

Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo continúe el pecado reinando en nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos las pasiones de nuestro hombre terrenal y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas. Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y el último enemigo, la muerte, puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber reducido a la nada él poder de la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes de la regeneración y de la resurrección. 

Padre nuestro

Oración 

Dios todopoderoso Y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, rey del universo, concede que toda la creación, libre de la esclavitud, te sirva y te glorifique sin cesar. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. 


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