Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
FORMACIÓN LITÚRGICA


LA RESURRECCIÓN: EL MANAR DE LA LITURGIA

Del gran liturgista Jean Corbon, ya desaparecido, elegimos esta página de hondo sentido litúrgico. Está tomada de su obra más conocida: Liturgia fontal, aparecida en lengua castellana en el 2001, de Ediciones Palabra.

«Cuando pasó el sábado» (Mc 16, 1) -y pasó definitivamente este símbolo cíclico de nuestro tiempo mortal-, las portadoras de aromas pudieron ir a la tumba «al despuntar la aurora» (Lc 24, 1); se había levantado ya el día, el de la creación liberada de la muerte, el Día que no conoce el ocaso. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está Vivo?» (Lc 24, 5). ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Por lo tanto, todo comienza.

La Vida mana de la tumba, más límpida que del costado traspasado, más vivificante que del seno de la Virgen María. En la tumba, donde no cesa de ir a expirar la sed del hombre, la sed de Dios viene a recogerla. Ya no se trata solo de la sed que busca la Fuente, sino de la Fuente que se ha hecho sed y mana en ella. «Dame de beber... tengo sed» (Jn 4, 7 y 19, 28): el Río de Vida estaba en kénosis en el cuerpo mortal de Jesús. Pero, al penetrar nuestra muerte, puede brotar de nuestra tierra en el Cuerpo incorruptible de Cristo. La tumba permanece como el signo del amor hasta el extremo con que el Verbo ha desposado nuestra carne, pero no es ya el lugar de su Cuerpo: «No está aquí», insisten los tres Sinópticos. Este Cuerpo se ha convertido en el principio de la Alianza totalmente nueva de la Resurrección. Ahora, el flujo y reflujo de la Pascua se unen: en Cristo resucitado, el Verbo encarnado es Hombre viviente y el hombre llega a ser hijo de Dios. En él, la pasión del Padre por el hombre se ha cumplido: «Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy» .

En este día de nacimiento, el Río de Vida, al derramarse desde la tumba hasta nosotros en el Cuerpo incorruptible de Cristo, se ha convertido en LITURGIA. Su fuente ya no es solo el Padre, sino también el Cuerpo del Hijo de ahora en adelante totalmente penetrado de su Gloria. Si todo el drama de la historia se juega entre el Don de Dios y la acogida del hombre, alcanza en este Día su punto culminante, su Principio eterno, porque las dos Energías se han unido para siempre. El consentimiento del Hijo a nacer eternamente del Padre ha invadido totalmente el Cuerpo de su humanidad. Por esta Unción sobreabundante de Vida, Jesús resucita y llega a ser Cristo en plenitud. Esta alianza de sus dos Energías, divina y humana, hace de Cristo resucitado Fuente inagotable de la Liturgia. Antes, el Río de Vida estaba en kénosis en su Cuerpo, escondido y limitado por su carne mortal; como el primer Adán, Jesús era «alma viviente». Pero, cuando surge de la tumba, se convierte en «espíritu vivificante» (1 Co 15, 45). Desde ahora, en su Humanidad integral -naturaleza, voluntad y energía-, Jesús es el Viviente. Por tanto, él está unido al Padre, irradiando de su Cuerpo la Gloria de Dios; unido a la Fuente, él da la Vida (cfr. Jn 5, 20 ss y 26 ss). El Río de Vida puede ahora manar del Trono de Dios «y» del Cordero. La Liturgia ha nacido: la Resurrección de Jesús es su primer manar.

¡No imaginemos este Acontecimiento como si fuese algo del pasado! Cierto, ha sucedido una vez en nuestra historia: es un . Nuestros acontecimientos ocurren una vez, pero nunca de una vez para siempre: pasan y pertenecen como tales al pasado.

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