Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Comentario - Eucaristía del
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El amor de Dios hacia los hombres es un amor gratuito, y nosotros no podemos pretender  tener derecho sobre ese amor. El amor de Dios sobre los hombres es tan absoluto, que nunca podríamos decir que nos va a faltar.

Liberado por Dios de la esclavitud en Egipto, Israel ha pecado construyéndose una imagen divina prohibida. Merecería, por esta traición, ser castigado. Pero el Señor perdona, por intercesión de Moisés.

Pablo, hijo de Israel, se había resistido a Dios, persiguiendo a Cristo en sus fieles. Pero Jesús lo conquista con su gracia y hace de él un apóstol del Evangelio, porque la misericordia de Dios es más grande que la traición de sus hijos.

Con dos parábolas Jesús responde a quien lo acusaba de buscar y acoger a los pecadores.  Jesús lo hace porque el pecador tiene la necesidad de escapar del abismo del pecado. La trágica condición del pecador se expresa en la alegría del Cielo, es decir, la alegría de Dios por un solo pecador que se convierte. Dios solamente sabe en qué atroz y mortal condición se encuentra aquél que se escapa de Él, y cuánta necesidad de conversión tiene aquel que está perdido. Solamente Dios sabe cuánta necesidad de amor misericordioso necesita el hombre que se ha alejado de los caminos de Dios. La alegría de Dios por el pecador que se arrepiente es mucho mayor que la alegría que le dan los buenos, y no porque éstos sean menos amados; la razón está en la ternura y el ansia de un padre por el hijo que se encuentra en peligro. No se trata, entonces, de un amor menor por los otros, sino de la situación gravísima en la que se encuentra el hijo pecador.

Dios es misericordia y así se va revelando en la medida que su verdadero rostro se libera de las neblinas que surgen del espíritu humano. Pero este verdadero rostro es comprendido, solamente, por aquellos que reconocen el carácter gratuito de su amor y que permiten dejarse permear por esta gracia misericordiosa, reflejándola en su relación hacia los otros. Y, por otra parte, se hace insoportable para todos aquellos que hacen de sí mismos el centro de todo, aunque éstas sean personas muy religiosas. Cristo nos revela un Dios con los brazos abiertos, el Dios de la ternura y el perdón.


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