Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Lectio Divina - Preparando la Eucaristía Dominical
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I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR:

Oración Inicial:

Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 117

Antífona

R/. Muchos tormentos sufrieron los santos antes de alcanzar la palma del martirio.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo.

El Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacer el hombre? El Señor está conmigo y me auxilia, veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que confiar en los magnates.

Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé; me rodeaban cerrando el cerco, en el nombre del Señor los rechacé; me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas; en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos: “La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa, la diestra del Señor es poderosa”.

No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte.

Invocación al Espíritu Santo

Ven a mí, Espíritu Santo,

Espíritu de sabiduría:

dame mirada y oído interior

para que no me apegue a las cosas materiales,

sino que busque siempre las realidades del Espíritu.

Ven a mí, Espíritu Santo,

agua viva que lanza a la vida eterna:

concédeme la gracia de llegar

a contemplar el rostro del Padre

en la vida y en la alegría sin fin.

Amén.

II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:

LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? Jesús expone a sus discípulos la parábola del juez y la viuda; a través de ella nos invita a ser perseverantes en la oración.

Texto bíblico: Lc 18, 1-8

MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿Oramos a Dios con frecuencia? ¿Conversamos con el Señor sobre nuestras preocupaciones, problemas y deseos? ¿Confiamos en Su misericordia?

ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Desde nuestra pequeñez, reconozcamos la grandeza y bondad del Padre que cuida de nuestras necesidades y preocupaciones.

CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón.

Pongámonos en las manos del Padre, y con Él, miremos a nuestros hermanos y acompañémoslos, escuchando sus necesidades y preocupaciones

III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba

QUE NUESTRO DESEO DE LA VIDA ETERNA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN.

¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

Padre nuestro

Oración

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón.  Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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