Domingo decimocuarto del tiempo ordinario
Salterio II
Color: verde
INTRODUCCIÓN
El profeta Ezequiel tiene una misión que lo expone a la contradicción y al rechazo por parte de un pueblo que no quiere escuchar a Dios. Un pueblo rebelde al Señor.
Pero el profeta no debe callar, para que todos se enteren que Dios está en medio de su pueblo. Los habitantes de Nazaret, entre los cuales Jesús había vivido cerca de treinta años trabajando y viviendo en el silencio sin que nada dejara de revelar en Él un misterio, se maravillan de la sabiduría y del poder salvador de Jesús.
Ellos, que conocen a su madre y su parentela, su vida y su conducta, no pueden comprender, o no quieren aceptar que Él fuera el maestro que realizaba milagros tan maravillosos. No podían comprender que Jesús fuera ese maestro de quien hablaba todo el país. Para la gente con esa actitud, todo milagro sería inútil. Pero Jesús no deja de sanar a los pocos que recurren a Él con fe. El Señor necesita de nuestra fe para poder realizar milagros. El Señor, hoy, nos puede sanar. Sólo falta nuestra fe total y absoluta en Él.
El apóstol Pablo es consciente de los grandes dones que ha recibido por parte de Dios, pero un gran sufrimiento que lo aflige es para él un motivo para no ser un soberbio. Para Pablo, incluso los sufrimientos o la enfermedad le llegan a ser ventajosos, porque en la fragilidad se muestra la fuerza de la gracia de Dios, que muchas veces se vale de personas que humanamente son juzgadas poco aptas y de esa manera, Él manifiesta su poder.
Antífona de entrada Cf. Sal. 47, 10-11
En tu santo templo, Señor, evocamos tu misericordia; la gloria de tu nombre llega hasta los confines de la tierra. Tu derecha está llena de justicia.
Gloria
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que por la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída; concédenos una santa alegría, para que, liberados de la servidumbre del pecado, alcancemos la felicidad que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
Son un pueblo rebelde y sabrán que hay un profeta en medio de ellos.
Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5
Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo:
Hijo de hombre, Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que Yo te envío, para que les digas: “Así habla el Señor”. Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos.
SALMO RESPONSORIAL 122, 1-4
R/. Nuestros ojos miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros.
Levanto mis ojos hacia ti, que habitas en el cielo.
Como los ojos de los servidores están fijos en las manos de su señor y los ojos de la servidora en las manos de su dueña: así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros.
¡Ten piedad, Señor, ten piedad de nosotros, porque estamos hartos de desprecios! Nuestra alma está saturada de la burla de los arrogantes, del desprecio de los orgullosos.
SEGUNDA LECTURA
Me gloriaré en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo.
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 7-10
Hermanos:
Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere.
Tres veces pedí al Señor que me librara, pero Él me respondió:
“Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”.
Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Cf. Lc 4, 18
Aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre mí; Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres. Aleluya.
EVANGELIO
Un profeta es despreciado solamente en su pueblo.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 1-6a
Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?” Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe.
Credo
ORACIÓN DE LOS FIELES
Pidamos, hermanos, al Señor que escuche nuestras súplicas y acoja nuestras peticiones:
Oremos a Dios Padre por el Papa Francisco, por nuestro obispo, N., y por todos aquellos a los que se han confiado nuestras almas; que nuestro Señor les dé fuerza y sabiduría para dirigir y gobernar santamente las comunidades que les han sido encomendadas y puedan así dar buena cuenta cuando se les pida.
Oremos también para que Dios nos conceda la paz; que él, que es la verdadera paz y el origen de toda concordia, transmita la paz del cielo a la tierra, la paz espiritual para nuestras almas y la paz temporal para nuestros días.
Pidamos por los que se esfuerzan en seguir las sendas del Evangelio, para que nuestro Señor los mantenga en este santo propósito hasta el fin de sus días.
Oremos también por los que viven en pecado, para que nuestro Señor les dé la gracia de convertirse, hacer penitencia y purificarse en el sacramento del perdón y alcanzar así la salvación eterna.
Oremos, finalmente, a Dios nuestro Señor por los fieles difuntos, que han salido ya de este mundo, especialmente por nuestros familiares, amigos y bienhechores, para que el Señor, por su gran misericordia, los reciba en su gloria y los coloque entre los santos y elegidos.
Escucha, Padre santo, nuestras oraciones e ilumínanos con la luz de tu Espíritu, para que sintiéndonos pobres y débiles, experimentemos la fuerza de Cristo y el poder de su resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Padre del cielo, que este sacrificio consagrado a tu nombre nos purifique y nos encamine, cada día más, hacia la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Sal 33, 9
Gusten y vean qué bueno es el Señor. Feliz el hombre que espera en Él.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Alimentados con tan grandes dones, te pedimos, Padre, recibir sus frutos de salvación y no dejar nunca de alabarte. Por Jesucristo, nuestro Señor.