I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR:
Oración Inicial:
Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 3
Antífona
R/. Tú, Señor, eres mi escudo y mantienes alta mi cabeza.
Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí:” Ya no lo protege Dios».
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.
Levántate, Señor; sálvame, Dios mío: tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla, rompiste los dientes de los malvados.
De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo.
Invocación al Espíritu Santo
Ven Espíritu de Santidad, ven Espíritu
de Luz, ven Espíritu de Fuego, ven,
abrázanos.
Ven espíritu del Padre, sé nuestra luz,
derrama del cielo, tu esplendor de
gloria.
Testimonio cierto, tú nos enseñas
a proclamar que Jesús resucitó.
II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:
LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? El evangelio nos presenta este domingo el
comienzo del discurso de Jesús sobre el pan de vida.
Texto bíblico: Jn 6, 24-35
MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿En qué momentos de nuestras vidas hemos buscado al Señor? ¿Qué tan profunda es nuestra relación con Jesús? ¿Creemos verdaderamente que Jesús es el Pan de vida?
ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Pidamos al Señor que nos conceda buscar siempre el pan bajado del cielo.
CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón.
Pongamos en las manos de Dios nuestras vidas, dejémonos guiar por él, a fin de orientarnos a una verdadera adhesión en la fe, para así encontrar la paz profunda.
III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA
Comienza la carta llamada de Bernabé.
LA NUEVA LEY DE NUESTRO SEÑOR
Dios invalidó los sacrificios de la ley antigua, para que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tuviera una oblación no hecha por mano de hombre. Por esto les dice también: Cuando saqué a vuestros padres de Egipto no les ordené ni les hablé de holocaustos y sacrificios; ésta fue la orden que les di: “Que nadie medite en su corazón daños contra el prójimo; no améis jurar en falso”.
Debemos, pues, comprender, si somos sensatos, los sentimientos de bondad de nuestro Padre; él nos habla, enseñándonos cómo debemos acercarnos a él, porque no quiere que lo busquemos por caminos desviados, como ellos. A nosotros, pues, nos dice: Sacrificio para el Señor es un espíritu quebrantado; olor de suavidad para el Señor es el corazón que glorifica al que lo ha plasmado. Por tanto, hermanos, debemos investigar diligentemente acerca de nuestra salvación, para que el maligno seductor no se introduzca furtivamente entre nosotros y nos aparte de la vida verdadera.
Les dice también, acerca de estas cosas: No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo nuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? A nosotros, en cambio, nos dice: El ayuno que yo quiero es éste –oráculo del Señor-: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo.
Evitemos, pues, toda obra vana, odiemos de corazón el camino de la iniquidad. No os repleguéis sobre vosotros mismos, no viváis para vosotros solos, pensando que ya estáis justificados, sino reuníos para indagar juntos lo que es provechoso para todos. Dice, en efecto, la Escritura: ¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! Hagámonos espirituales, hagámonos un templo perfecto para Dios. En lo que dependa de nosotros, no olvidemos el temor de Dios y esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su voluntad sea nuestra delicia.
El Señor sin aceptación de personas juzgará al mundo. Cada cual recibirá el pago de sus obras: si ha obrado bien, su justicia le precederá; si mal, el castigo de su maldad irá ante él; no nos abandonemos con la confianza de que somos de los llamados, no sea que nos durmamos en nuestros pecados, y el príncipe de maldad, apoderándose de nosotros, nos aparte del reino del Señor.
Considerad aún esto, hermanos míos: pues vemos que los israelitas, a pesar de todas las señales y prodigios que Dios obró en su presencia, fueron rechazados, vigilemos para que en nosotros no se cumpla aquella sentencia evangélica: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.
Padre nuestro
Oración
Señor, danos tu misericordia y atiende a las súplicas de tus hijos; concede la tranquilidad y la paz a los que nos gloriamos de tenerte como creador y como guía, y consérvalas en nosotros para siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.