Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Comentario - Eucaristía del
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La primera lectura del libro de Job, nos presenta “la discusión” de Job a quien Dios ama, con Dios mismo. Se esconde detrás el tipo de Teología de la retribución, “me porto bien, Dios me cuida”, “no me cuida si me porto mal, o mejor dicho me castiga”. De acuerdo a los primeros capítulos del libro de Job y sus sucesos, Job decide enfrentarse con Dios y pedirle cuentas de su situación personal después que le han sucedido diferentes tragedias. Job no sabe el por qué de estos hechos, siendo que él se considera “justo, obediente, sin pecado”; por lo tanto, Dios no puede tratarlo así. El problema del mal en los justos inocentes, ¿por qué lo permite Dios? La solución la vamos a comprender sólo con el sacrificio de un solo justo, Jesucristo, víctima inocente entregada por todos para que tengan vida y abundante.

En esta situación es que vemos a Job cuestionando a Dios y tenemos aquí la respuesta de Dios, lo lleva a los inicios de todo, cuando aún nada existía para ver si Job es capaz de contestar por el inicio, los orígenes de la creación. ¿Quién cerró el mar, quién puso límites a…? Tenemos entonces como fondo de esta lectura la razón del sufrimiento humano, además intuye Job que en el mundo entero se muestran los pasos de Alguien en Quien encontramos la respuesta definitiva al sufrimiento, la entenderemos más adelante en Jesús el justo que justifica. La respuesta definitiva la encontramos sólo en quien ha soportado todos los dolores por otros, ahí está la novedad, la Buena Noticia, si por uno todos murieron, por uno todos vivirán, “lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo”, triunfa la vida para todos.

Con el evangelio resonando en nuestros oídos, descubrimos que Jesús está siempre con nosotros según su promesa. Con estas palabras llenas de consuelo y fortaleza, es que podemos cambiar el mundo que nos rodea y comprometernos especialmente con el dolor ajeno y no quedarnos atados al pasado, con cuestionamientos que entorpecen el caminar personal y eclesial. 

La barca ha sido considerada símbolo de la Iglesia. En esta barca, aunque muchas veces Jesús parece dormir, la experiencia nos revela que siempre está muy presente como nos prometió (Cfr. Mt. 18, 20). Las tempestades, los problemas, las dificultades que a veces nos sorprenden, nos hacen perder la confianza, tanto en la misma “barca-Iglesia” como también en nuestra fe en el mismo Jesús.

Sucede porque no se ha puesta la confianza en Jesús, no se lo reconoce como verdadero Hijo de Dios. Las crisis nos hacen cuestionar la intervención de Dios en nuestras vidas, sin embargo, nuestra respuesta es deficiente porque hemos puesto nuestra confianza en los ídolos modernos, el dinero, el placer, la fama y el hedonismo que nos apartan de Jesús y nos hunden en un mar de sombras y dudas. Jesús siempre está con nosotros para darnos fuerza e iluminar las sombras en las que nos sumimos por nuestra falta de fe y confianza


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