No es fácil seguir a Cristo. Hemos venido escuchando por varias semanas la radicalidad que exige el evangelio. Escuchamos sobre el matrimonio indisoluble y el último domingo sobre el desprendimiento y la relación con los bienes. Al igual que como lo afirmaron los apóstoles, podemos decir que pareciera que esta forma de vida no es posible para los hombres, menos para los tiempos actuales.
Esta vez el evangelio vuelve a plantear esta contraposición entre el mundo y Cristo, concretamente en la forma de ejercer la autoridad. El mundo habla de poder y de mandar, el evangelio habla de servir; el mundo insta a buscar los primeros puestos, Cristo invita a preferir el último puesto y desde ahí amar y servir. Los mismos apóstoles se confunden y no terminan de entender la lógica nueva planteada por Cristo. Nosotros, al igual que ellos, tendemos a buscar el poder, ocupar los primeros puestos y obtener privilegios y beneficios. No terminamos de convencernos de que el verdadero camino de la plenitud de vida ofrecido por Cristo tiene que ver con renunciar a nosotros mismos y entregarnos a nuestros hermanos. Tendemos a justificarnos, pero en definitiva no nos damos cuenta de lo que está en juego: sólo a través del servicio y del amor al prójimo podemos ser verdaderamente felices.
Esta es la lógica de todo el evangelio. El que quiere ser parte de la vida divina que le ofrece Cristo, debe entrar en esta lógica del amor fiel, del amor desprendido y del amor servicial. El prójimo, en Cristo, se convierte en alguien realmente importante en nuestra vida. El prójimo, en Cristo nos engrandece y abre nuestros horizontes de realización. Podemos seguir bajo los criterios del mundo buscándonos a nosotros mismos en la comodidad, el poder y las riquezas, o podemos entrar definitivamente en la vida de Cristo a través del servicio y la entrega a los demás.