Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Comentario - Eucaristía del
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Al entrar nuevamente en las celebraciones de la Semana Santa, es muy apropiado preguntarnos ¿por qué murió Jesús? 

La pregunta no es menor, escuchamos constantemente en los evangelios la bondad de su actuar, los milagros que realiza, su defensa de los más débiles. ¿Cómo es posible que lo quieran matar? Algunos tienden a atribuir la razón de su muerte a una misteriosa voluntad del Padre: para perdonar los pecados de la humanidad necesitaba que corriera sangre de un inocente. Pero esto es absurdo. Pensar que el Padre envió a su Hijo al mundo a morir para salvarnos, pone a nuestro Dios al mismo nivel que otros pueblos, donde los dioses se contentan con los sacrificios humanos, agregándole la gravedad de la muerte de su propi Hijo. Esto no tiene sentido.

Otra razón que se ha dado es que Jesús ha muerto por culpa del pueblo judío. Esta interpretación ha traído graves consecuencias en la historia y debemos superarla definitivamente.

Entonces ¿por qué murió Jesús? Jesús no muere porque su Padre lo envió a morir por nosotros. Son los hombres quienes quisieron terminar con su vida. Y el Padre transforma esta muerte, injusta y repudiable, en fuente de salvación para todos. A Jesús lo mataron porque su persona y su mensaje incomoda: ha presentado un nuevo rostro de Dios que salva a todos los hombres; ha presentado un nuevo rostro del hombre cuya plenitud no está en dominar sino en servir; ha propuesto una nueva sociedad en donde el primero es el pobre, el débil y el marginado.

Jesús no ha buscado la muerte, pero no la rehúye: frente a ella no ha querido renunciar ni abandonar su propuesta de vida y de salvación. Él sabe que la propuesta de un hombre nuevo, que participa de la vida del Espíritu y es transformado por la caridad, es más fuerte y trascendente que el drama de su injusta muerte. Por eso, en fidelidad a la misión que le ha dado su Padre de introducirnos en la vida verdadera, no renuncia a su propuesta de vida, sino que está dispuesto a sufrir la muerte de cruz. Sólo entonces se abren para nosotros las puertas de la vida. Su resurrección es la clave para comprender todo su mensaje: la vida es para amar y servir, solo desde ahí nuestra vida tiene trascendencia.

La Semana Santa que comenzamos no es un tiempo para estar tristes. Muy por el contrario, es un tiempo para alegrarnos por la salvación que nos viene del Señor. Son días para preguntarnos cuánto hemos acogido esta propuesta de Jesús y cuán coherente somos con ella. 


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