Iniciamos el tiempo litúrgico de Adviento, que significa “venida”, pero no debemos confundir este tiempo como una especie de cuenta regresiva hasta el Domingo de Navidad. Sería este entonces un tiempo sin Dios. Nosotros esperamos al Señor, que según su promesa ha de volver en Gloria y Majestad. Este es un tiempo especial de gozo y esperanza, que anhela encontrarse con su Señor.
El Profeta Isaías nos acompaña en parte de este proceso, ayudándonos a mantener la espera. Esta espera dolorosa, por la lejanía de Dios que se ha retirado de nosotros, a causa de nuestros pecados, por los que hemos roto la comunión con Dios y nos sentimos abandonados, “sin Redentor”.
San Pablo nos abre a la alegría en Cristo; a pesar de nuestros pecados, en Jesús, el Hijo del Padre, tenemos recuperada nuevamente la confianza de Dios, no porque hayamos hecho obras meritorias, sino porque en Jesús, Dios se ha mostrado fiel, por “los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”.
En el Evangelio de san Marcos, la espera del anunciado por los profetas se hace más patente: “estén prevenidos”, “no saben cuándo llegará”. Sin embargo, esta actitud nos invita a abrir el corazón para recibir “al que viene”. Él nos mostrará cómo es Dios en su intimidad, nos mostrará cómo ama Dios, cómo es fiel a la promesa por siempre.
San Marcos nos recuerda, cómo el dueño de casa al viajar deja encargada su casa a otros, y su presencia continúa entre ellos; de la misma manera, nos ha dejado el encargo precioso de esperarlo en “su casa”, confiándonos sus bienes. No sabemos el día ni la hora, pero sabemos que vendrá solamente porque Él lo ha dicho.
Que este tiempo de Adviento sea un tiempo para crecer en la confianza, esperando solo en la Palabra del Señor, para que no nos encuentre dormidos cuando Él venga.