San Marcos presenta en el centro de su evangelio, dos capítulos sobre lo central del seguimiento de Cristo (capítulos 8 a 10). Estos capítulos están enmarcados por dos curaciones de ciegos. Con la curación del ciego Bartimeo, el evangelio de hoy cierra este mensaje tan importante. Ser discípulo de Cristo consiste en ser curados de la ceguera que nos produce lo mundano y poder ver la verdad acerca de la vida misma y del mundo. Al medio de estos relatos encontramos la Transfiguración del Señor, donde los apóstoles ven el verdadero rostro de Cristo y a partir de ahí van viendo la verdad sobre el amor en la familia y el matrimonio, la verdad sobre la relación con el dinero y los bienes y la verdad sobre el ejercicio del poder como una forma de servir y amar.
La curación de Bartimeo nos invita a reflexionar acerca de nuestras propias cegueras, que tienen que ver con una forma parcial y limitada de ver y entender el mundo. Es difícil esta propuesta de Jesús, pero es atractiva: la caridad hacia el prójimo es el punto de partida desde donde debemos comprender toda la vida cristiana. Ser discípulo de Cristo y acoger la vida que él nos ofrece significa poner de forma definitiva al otro en el centro de nuestras preocupaciones y ocupaciones. La caridad no es un agregado a nuestras vidas, sino una forma de comprenderlo todo. Y mientras no entendamos esto seguimos estando ciegos frente a la verdad y la vida de Cristo.
Jesús pregunta al ciego “¿qué quieres que haga por ti?”. Es la misma pregunta qué dijo a Santiago y Juan la semana pasada y que ellos respondieron buscando los primeros puestos. Esta vez Bartimeo acierta con la respuesta: “haz que vea”. Cuando el Señor nos hace esa pregunta a nosotros, creo que todavía le pedimos que nos ayude y que evite el sufrimiento a nuestros seres queridos. Bartimeo nos ayuda a ordenar nuestros deseos: al Señor le pedimos no que nos arregle la vida, eso es tarea nuestra, a él le pedimos que nos ayude a ver de verdad para poder vivir plenamente en libertad.