Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Lectio Divina - Preparando la Eucaristía Dominical
- A
+ A


I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR: 

Oración Inicial:

Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 17, 2-30.

Antífona

R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.

Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte.

En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos.

Invocación al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo, ilumina mi mente,

abre mi corazón, toma mis manos, para

que comprenda el mensaje de la Palabra,

para que sienta la profundidad del amor

divino, para que camine abriendo mis

manos a los que necesitan curación y

misericordia.

Amén.

II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:

LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? Un ciego, reconoce a Jesús

y quiere hablarle. Jesús lo llama y le pregunta qué quiere de Él. El ciego le pide que permita que pueda ver. Jesús le devuelve la vista y el ciego lo sigue.

Texto bíblico: Mc 10, 46-52

MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿Buscamos permanentemente cómo reconocer las señales que el Señor nos entrega? ¿Qué velos nos enceguecen y nos impiden reconocerlo y acogernos a Su misericordia?

ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Pidamos al Señor estar atentos a su paso y a su llamado, para que seamos capaces de ver qué impide que acojamos su invitación a seguirlo.

CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón. 

Situémonos en la escena del evangelio para contemplar el llamado de un ciego y la respuesta de Jesús ante la petición, llena de fe, que se le hace.

III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA

De la carta de san Clemente I, papa, a los Corintios

NO NOS APARTEMOS NUNCA DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Vigilad, amadísimos, no sea que los innumerables beneficios de Dios se conviertan para nosotros en motivo de condenación, por no tener una conducta digna de Dios y por no realizar siempre en mutua concordia lo que le agrada. En efecto, dice la Escritura: El Espíritu del Señor es lámpara que sondea lo íntimo de las entrañas.

Consideremos cuán cerca está de nosotros y cómo no se oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres necios e insensatos, soberbios y engreídos en su hablar, que no a Dios.

Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de personas.

Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él, con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar.

Todo esto nos lo confirma nuestra fe cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita, por medio del Espíritu Santo, con estas palabras: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

El Padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo temen y, en su entrañable condescendencia, reparte sus dones a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por eso, huyamos de la duplicidad de ánimo, y que nuestra alma no se enorgullezca nunca al verse honrada con la abundancia y riqueza de los dones del Señor.

Padre nuestro

Oración

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


  • Catedral 1063, local 503, Santiago

    Teléfonos: +56 2 3278 0733 - +56 2 3278 0734

    Desarrollado por Iglesia.cl