I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR:
Oración Inicial:
Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 9B.
Antífona
R/. El Señor hará justicia a los pobres.
¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en el momento del aprieto? La soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha tramado.
El malvado se gloría de su ambición, el codicioso blasfema y desprecia al Señor. El malvado dice con insolencia: “No hay Dios que me pida cuentas”.
La intriga vicia siempre su conducta, aleja de su mente tus juicios y desafía a sus rivales. Piensa: “No vacilaré, nunca jamás seré desgraciado”.
Su boca está llena de maldiciones, de engaños y de fraudes; su lengua encubre maldad y opresión; en el zaguán se sienta al acecho para matar a escondidas al inocente.
Sus ojos espían al pobre; acecha en su escondrijo como león en su guarida, acecha al desgraciado para robarle, arrastrándolo a sus redes;
Se agacha y se esconde y con violencia cae sobre el indefenso. Piensa: “Dios lo olvida, se tapa la cara para no enterarse”.
Invocación al Espíritu Santo
Espíritu Santo transfórmanos,
haz de nuestra vida, una vida nueva.
Queremos ayudar a los demás, sembrar
tu palabra, y extender el Reino.
Espíritu Santo anímanos,
a buscar la santidad de nuestras vidas,
a caminar según tu proyecto de vida
para mí y a ser testimonio entre mis
hermanos.
Amén.
II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:
LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? Jesús sana a un sordomudo y despierta la admiración de quienes lo rodean.
Texto bíblico: Mc 7, 31-37
MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿Acogemos a las personas y enfrentamos lo que nos toca vivir con los oídos abiertos? ¿Pedimos al Señor que nuestros sentidos estén alertas y abiertos a lo que nos dice su Palabra?
ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Pidamos al Señor la gracia de reconocerlo en todo lo que nos rodea y hacer el bien como Él.
CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón.
Admiremos la obra que Dios hace en nosotros y cómo ella nos pide anunciarla con nuestro testimonio.
III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA
De los Sermones de san Bernardo, abad
ME PONDRE DE CENTINELA PARA ESCUCHAR LO QUE ME DICE EL SEÑOR.
Leemos en el Evangelio que, predicando en cierta ocasión el Salvador y habiendo afirmado que daría a comer su carne sacramentalmente para que así sus discípulos pudieran participar de su pasión, algunos exclamaron: ¡Duras son estas palabras! Y se alejaron de él. A vista de ello, preguntó el Señor a sus discípulos si también ellos querían dejado; ellos entonces respondieron: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Pues bien, hermanos, es manifiesto que en nuestros días las palabras de Jesús son también espíritu y vida para algunos y, por ello, éstos lo siguen; pero, en cambio, a otros estas mismas palabras les parecen duras, por lo cual no faltan quienes van a buscar en otra parte un consuelo miserable. La sabiduría no deja de levantar su voz en las plazas, anunciando que el camino que conduce a la muerte es ancho y espacioso, a fin de que cuantos andan por él vuelvan sobre sus pasos.
Durante cuarenta años -dice- aquella generación me repugnó, y dije: "Es un pueblo de corazón extraviado.» Y en otro salmo añade: Una sola vez habló Dios; es cierto que Dios habló una sola vez, pues está hablando siempre, ya que su locución es continua y eterna, y nunca se interrumpe.
Esta voz invita sin cesar a los pecadores, exhortándoles a meditar en su corazón y reprendiendo los errores de este corazón, pues es la voz de aquél que habita en el corazón del hombre y habla en su interior, realizando así lo que ya dijo por boca del profeta: Hablad al corazón de Jerusalén.
Ya veis, hermanos, cuán saludablemente nos amonesta el profeta a fin de que si hoy escuchamos su voz no endurezcamos el corazón. Las palabras que leemos en el profeta son casi las mismas que hallamos también en el Evangelio. En efecto, en el Evangelio dice el Señor: Mis ovejas oyen mi voz, y en el salmo afirma el profeta: Nosotros, su pueblo (el del Señor, ciertamente], el rebaño que él guía, ojalá escuchemos hoy su voz y no endurezcamos el corazón.
Escucha, finalmente, al profeta Habacuc; él no disimula la increpación del Señor, sino que la medita asiduamente y por ello exclama: Me pondré de centinela, me plantaré en la atalaya, velaré para escuchar lo que me dice, lo que responde a mis quejas. Procuremos, hermanos, ponemos también nosotros de centinela, porque la vida presente es tiempo de lucha.
Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo habita, y que nuestros actos sean reflexivos y nuestras obras según los dictados de la razón; pero de tal forma que no confiemos excesivamente en nuestros actos ni nos fiemos excesivamente de nuestras simples reflexiones.
Padre nuestro
Oración
Señor, Dios nuestro, tú nos has redimido y hecho hijos tuyos; mira con bondad a estos hijos que tanto amas, para que quienes creemos en Cristo alcancemos la liberación y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.